Inmaculada

Inma tiene 29 años, ojos azules y una sonrisa dulce siempre en sus labios. Llegó a mí hace unos meses, dolores inmovilizantes recorrían su cuerpo de forma caprichosa, día a día. Inma es suave, blandita y de color azul apagado, con lunares rojos y negros brillantes, su sangre late despacio y sus ojos se humedecen con facilidad, huele a claveles al atardecer.

Ella misma me cuenta como nadie la toma en serio cuando llora

– simplemente me apetece llorar, no me entienden.

y luego me sonríe, me devuelve una mirada dulce mientras voy siguiendo los pasos que me va marcando su cuerpo. Trabaja en un hospital,

- ... nunca debí hacerlo, sufro todo como mío. Ayer intenté convencer a un compañero para que no deje su trabajo. Su madre está enferma y le queda un año de vida que quiere pasar a su lado. Yo estaría dispuesta a hacer sus turnos…

Hace unos años compartía salidas con un amigo gay, la llevaba de concubina a los lugares más oscuros de la ciudad, le esperó mil noches frente a la puerta de un baño para acompañarle luego de vuelta a casa limpiando de culpabilidad sus impulsos. Por aquella época su madre enfermó y ver desmoronarse la columna del templo la impulsó a buscar guarida donde poder resguardarse del frío en las noches de invierno.

Inma tiene rotada su cadera izquierda y sus pasos se hacen duros hacia la derecha. Hoy se resiente de dolor en las rodillas,

- No compraré horas de trabajo ni dejaré de disfrutar de mi marido, de mi sobrina, de mi madre y mis amigos.

Inma llora al tiempo que descargo su espalda y desplazo el calor a su zona más basal, me mira ausente en sus pensamientos y sonríe, no deja de sonreírme.

Hoy se ha despedido de mí con un beso, muy suave y profundo en la mejilla derecha mientras se abrazaba a mí. Me ha mirado a los ojos y me ha dicho

- Soy afortunada, soy feliz.