-… y crees que si sigues así conseguirás algo?
Matías rumiaba la respuesta. El cuello de su gabardina hacía juego con su herida de guerra, la cojera parecía tirar con fuerza desde el suelo y todo su cuerpo era una construcción infantil a punto de derrumbarse en cualquier momento. Quizás un descendiente de la torre de las mil lenguas.
- Creo que sí!!...Conseguiré que los vecinos hablen de mí y no por mi cojera. Conseguiré que el verbo de lo nauseabundo tome otras vertientes. Mi desnudo colgado en todos los rincones del vecindario les recordará que yo también tengo un cuerpo. Y cuando les mire desde mi ventana me masturbaré, porque ellos morirán de vergüenza y nadie fue tan valiente a la hora de sacar los colores a sus sucias lenguas, de desnudar sus perversiones.
Jaqueline se enterneció, no pudo evitarlo.
Su osadía, el desparpajo, su locuacidad, le trajo a la mente noches enteras de sexo vergonzoso y solitario, donde el consolador no era más que un frío plástico que se recalentaba entre sus pliegues imaginando que no estaban allí, algo tan complicado para ella como llegar al orgasmo. El mismo hecho por el que Matías mostraba con descaro su perversión le parecía maravillosamente excitante en si mismo.
- Un duelo de Titanes… - dijo ella. Lo que parecía no venir a cuento fue su recreo durante un instante, con la escena del mismo Zeus transformado en cisne,
colándose entre sus piernas. Sus pezones asomaron con descaro pero nadie pareció darse cuenta.
- Tú sabes pintar Jaqueline? Píntame algo, por favor.
Ella reaccionó, como a una bofetada, giró lo que parecía una manzana bañada en maría por sus pómulos y miró a los ojos hambrientos de Matías. Jaqueline recordó algo que pintó hace algún tiempo, no mucho, un dibujo muy especial. Sacó unos lápices de colores del cajón del mostrador y cogió un folio de la estantería. Reclinándose, decidida, mostrando la curvatura perfecta de sus pechos, asomando con cierto descaro la calidez de sus labios entreabiertos.
- Está bien. Pintaré.
“A través de una pequeña rendija, podía ver a un joven, en su cuarto, a la luz de las velas, una noche sin luna. El Señor de los Cristales, el que antes de que el sol despuntara, antes de que las gentes despertaran, componía los pequeños cristales rotos que vagaban sin rumbo por el río cada atardecer. Los amontonaba en su mochila y los llevaba a aquel cuarto, y por las noches bajo las luces cimbreantes les devolvía la forma, para poder ver en ellos el nombre del Dueño al que pertenecían y así al día siguiente, como un presente de las estrellas, devolvérselo en su almohada al amanecer.”
6 comentarios:
Un espejo brillante que reflejaba la desnudez de las gentes, para devolverles las imagenes limpias y hermosas.
Bonita historia de gentes, y espejos.
Un besote.
efe
Como dije, ya estoy de regreso por aquí. Y es que en tu blog yo me muevo como pez en el agua. Voy a decir algo que te han dicho o ya sabes. Muchos otros no. En la presunta obscenidad hay mucha, mucha belleza. Tú eres una alquimista de ello. Yo también puedo entenderlo. Por haber vivido esa destilación imaginada y practicada. ¿Hay algo más gigantescamente bello que ser esclavo de la pasión?
Gracias por tu amable paseo por mis parajes, Liska
La profundidad de los reflejos, la belleza de la más pura desnudez. Bien sabes de ello efe. Besossss cielo, para los dos.
Gusto encontrarte de nuevo, Daniel Damián...presunta obscenidad, me quedo con ello ;-)... nada, nada más bello que ser esclavo de la pasión, hoy por hoy entraña auténtico valor y osadía.
Un auténtico placer perderse en tus letras.
Un abrazo.
Cuanta belleza encierra este blog.
Un beso.
Habrá que seguir pintando que no deja de ser una forma de dar salidad tanto a la creatividad como a la pasión que se envuelve de ella, besines
;-)... Gracias Francisco, no más que el beso a una rana.
Eso es Moni, pinta mi niña, como lo haces con los pequeños, pinta las risas pequeño duende. Besossss...
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