El roble, en la espesura de la noche, el sonido de un carruaje, tirado por nueve corceles se aproxima. Su herraje, cada gemido se agarra y entremezcla en el viento que decide hacerse eco de su corneta. He visto el primer destello en la lejanía, la tersura de mis muslos responde, resplandece, se insinúan deslizantes, osados , el pecho al aire desnuda mis hombros, mi pelaje… La envidiosa, la envidiada, la hechicera, la Dama Blanca, Circe.
Las columnas se alzan victoriosas, aquellas que han sabido de batallas en los tiempos, tormentas y bestias ahorcadas de cada peñasco entre mis dedos. Ahora florecen, se descaman de mi piel al compás del grito en mis pezones y vuelven a la tierra contándose en millones de cenizas multicolor. Florecen. El roble negro, el sonido de su carruaje tirado por nueve corceles…
En la espesura de la noche
En la cabecera de tu cama hay un cuco de tres alas doradas que canta tus sueños. Dormitas, excitado, sudoroso, acercas la mano a tu polla entrevelado, rígida, robusta, insultante. Estoy ahí, la uso, me penetro, te cabalgo: canta el cuco- te digo, en un susurro. Tú creas el cuco? No, yo tampoco… lo sabemos, lo escuchamos y canta.
Justo en el instante en que no puedes más,
en el instante en que su ala gira,
arrancas en un grito y el semen que fluye por el aire es recogido en mis labios.