Las luces del atardecer van enrojeciendo la palidez de su rostro.
Comienzan a caer y el suelo húmedo se cubre de sus frágiles cuerpos ante mi mirada.
Es la primera melodía; se desliza suavemente, desnudándola, mientras ella aún se muestra erguida, tersa, descubriendo sus brazos, señalando las estrellas.
Se avecina un nuevo tiempo.
Su pecho se eleva como una pequeña serpiente, envuelve la extensión de su piel, amasada al azote de sus ritmos, guardando con celo sus vientos… dibujando círculos entre sus caderas al compás de los tambores que estremecen el alma.
Y es al fin, cuando se inclina el rostro, dejando que su frágil cintura se arquee entre sus manos… desprendiéndose y rotando… siendo una bella peonza que acaricia el vuelo de sus velos para entregar la calidez de sus labios, que instantes después formarán parte de él, besando y dando su esencia… a sus pies.
Hoy son sus dedos los que derraman las primeras gotas de pasión… Hoy caen las primeras hojas.