
Y llego a casa y estás ahí,
sentado,
a la luz de un simple cigarro,
esperándome.
Con dos copas de vino vacías sobre la mesa y la súplica en tus ojos.
No digo nada, dejo las cosas al lado de ellas.
El aire huele a ti, y al humo del cigarrillo que se dibuja en lo impronunciable, el clamor desnudo a un gesto dulce, firme, que te conduzca a ese lugar que no llegaste a controlar, que te haga volver a ese mal llamado infierno, al paraíso de los sentidos de mil fragancias y colores. Porque es así, sin más, porque sí, sin conversaciones ni preludios, ya hubo suficientes, tu frente aún refleja el surco de las fiebres durante la noche, tu nariz continúa roja, atrapada por el viento de este invierno loco, cabezota y fugaz.
Las observo y sonrío,
las subo y las bajo
y en un suspiro las acaricio con el roce de mis pezones, permanezco en pie,
agachas la mirada,
y te desnudas.
Si te dejas a mi mano ya sabes como actuar,
no dudas, y lo haces sin miedo,
sin tapujos, del momento en que no sea agradada voy a hacerte parar… Lo sabes, ya lo sabes y eso te da la seguridad, la suficiente para comenzar tu danza…
despacio,
lentamente,
porque no hay prisas,
porque el tiempo se detendrá en cualquier instante mientras desabrochas tu camisa, la antígona al latido de tu corazón. Como yo te enseñé, entre jadeos que no sabes bien si son eco de tu propia respiración o lamentos de un placer blanquecino que va depositándose a gotas en tus pies,
sabiéndote escrutado, penetrado, violado en cada gesto de tus manos… látex o seda, hielo o fuego, te importa ya poco,
poco importa ya…
tu polla, tu pecho… que parecen querer escapar de tu cuerpo mientras tus dedos siguen las pautas que tantas veces les di, que tantas veces oíste de mis labios…
Sonrío… continúa